MADRID, 20 Dic. (CulturaOcio - Israel Arias) -
Ya está aquí Star Wars: El ascenso de Skywalker, la película que pone fin a las tres trilogías de Star Wars y que, cuarenta y tantos años después, cierra la saga iniciada por George Lucas... al menos en lo que a las aventuras de los Skywalker se refiere.
Todo un reto que J.J. Abrams, que ya fue el encargado de resucitar la saga con El despertar de la Fuerza, afronta una vez más con la nostalgia y su sentido del espectáculo como grandes armas en un filme que, en su afán por no molestar en nada a los fans, homenajear a todo y a todos y atar todos los cabos de la forma más conservadora posible, resulta irregular, impersonal y, sobre todo, excesivamente conservador.
Estos son algunos de los grandes aciertos y un puñado de los muchos errores que conviven, como luz y oscuridad lo hacen en la Fuerza, en Star Wars: El ascenso de Skywalker.
ERROR: UN ARRANQUE PRECIPITADO
No deja de resultar paradójico que Abrams, quien se ha cansado de quitar hierro al asunto y de reclamar una mirada menos sesuda hacia unas películas que son, insiste, esencialmente para niños, arranque su cinta de forma tan frenética, caótica y avasalladora.
Los primeros 45 minutos de El ascenso de Skywalker son un disparate argumental, un agotador dislate por acumulación con un montaje sencillamente demencial en los que, además de confundir precipitación con ritmo, el guión de Abrams y Chris Terrio (Argo, sí... pero también Liga de la Justicia) despliega algunas artimañas narrativas para lanzar la acción impropias no ya del nivel que se presupone a estos dos narradores, que ciertamente ha sido mejor, sino del colofón que merece una de las sagas más importantes de la historia.
ACIERTO: LOS DUELOS REY VS. KYLO REN
Uno de los momentos más esperados por los seguidores de la saga son los duelos con los sables láser entre jedi y sith. En este punto, Abrams, dotado siempre de un sentido del espectáculo más eficaz que vistoso, cumple sobradamente el expediente. Los cara a cara entre Rey y Kylo Ren, encarnaciones en esta nueva era de la luz y de la oscuridad, del bien y del mal, no defraudan.
Y además de espectaculares mandobles con cabriolas imposibles, estos duelos de nuevo van desgranando algunas de las claves de su lucha, una batalla, la que libran los dos protagonistas, que no es solo contra su oponente, sino también, y sobre todo, contra sí mismos y sus demonios.
ACIERTO: REYLO, IMPARABLES
Pero no solo empuñando sus espadas de luz brillan Daisy Ridley y Adam Driver. Su relación, la única en la que el guión de El ascenso de Skywalker parece realmente querer profundizar -de cara, como siempre, a la gran y presunta sorpresa final- son el único motor que consigue hacer avanzar emocionalmente una película empeñada siempre en mirar hacia el pasado y en no hacer mucho ruido para no molestarlo.
ERROR: CAMEOS FORZADOS
Y para mayor gloria del servicio al fanático al que El ascenso de Skywalker se entrega sin sonrojarse, la película se convierte en algunos de sus pasajes en un carrusel de cameos superfluos y homenajes forzados que vuelven a golpean en el centro de esa lucrativa diana que es la nostalgia pero que, en no pocas ocasiones, omiten esa cosa también maravillosa, y a veces incluso importante, llamada lógica.
Decisiones sin mucho sentido y artilugios creados 'ad hoc' para llevar la acción a este o aquel lugar o hacer aparecer a este o aquel personaje se suceden para que ningún seguidor pueda decir que faltó este guiño o aquella referencia. Un empacho de nostalgia que se lleva por delante un guión que parece deliberadamente maltratado.
ERROR: ¿DÓNDE ESTÁ ROSE?
Y hablando de maltratar: Una saga que se vanagloria de haber enseñado a varias generaciones que el odio solo lleva al Lado Oscuro no puede desdeñar con tanto descaro al personaje que, con permiso de Jar Jar Binks, más palos se ha llevado por parte del fandom más irracional e impresentable. Se trata de Rose Tico, o lo que es lo mismo, Kelly Marie Tran que después de confesar que tuvo incluso que ir a terapia para procesar ese tsunami de odio injustificado y feroz que sufrió tras su aparición en Los últimos Jedi ha visto cómo sus minutos en pantalla han quedado reducidos drásticamente. Un mensaje muy peligroso.
ERROR: IGNORAR LA ÚLTIMA GRAN LECCIÓN DE YODA
Abrams, que convirtió en un gran homenaje aquella resurrección de la saga en cuerpo y alma que fue El despertar de la Fuerza, vuelve a acercarse al material original con aquel mismo espíritu continuista del artesano que no viene a dejar su impronta, sino a cumplir, con mimo y diligencia, un encargo. Una veneración excesiva y un afán de réplica que puede que fueran necesarios para recuperar el espíritu de la saga en aquel reencuentro de 2015, pero que a estas alturas se antoja ya no solo baldío, sino cobarde.
El ascenso de Skywalker es, básicamente, la antítesis hecha película de aquella rompedora escena de Los últimos Jedi en la que el fantasma Yoda quema las sagradas escrituras de la orden y viene a decirle a Luke que ya está bien de tanta sacrosanta reverencia y de refugiarse en el pasado, que hay que espabilar porque ya es hora de mirar hacia adelante sin que el legado sea ni un lastre ni una excusa para el inmovilismo.
Nada de esa valiosísima lección se aplica Abrams, que vuelve a autoimponerse un respeto ultra canónico para desandar mucho de lo avanzado por Rian Johnson en el episodio anterior, lo que le impide llegar a ningún lugar que sea no ya sorprendente, que también le cuesta, sino verdaderamente genuino.
ERROR: VUELVE EL ELITISMO
Otro de los aspectos en los que Abrams recula con más contundencia es en la democratización de la Fuerza que, a diferencia de lo que venía haciendo la saga en el pasado -aquellos "malos presentimientos" a los que todavía se quieren agarrar algunos- había puesto Johnson encima de la mesa ya sin paños calientes ni medias tintas.
En un alarde iconoclasta que nunca le fue perdonado por el fandom más rancio, Los últimos Jedi reveló que Rey, la nueva paladín de la Fuerza y última esperanza de su Lado Luminoso, era una "doñanadie". La hija de unos chatarreros que la cambiaron por dinero para bebida -el tacto nunca ha sido una de las grandes virtudes de Ben Solo... que se lo pregunten a su padre- no contaba con un apellido de enjundia. Era una más y eso no la inhabilitaba para ser el centro de la aventura... sino todo lo contrario, demostraba que la grandeza no dependente del apellido.
ERROR: ¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA ESCOBA?
Pero en su audaz apuesta por la socialización del concepto central y esencia espiritual de la saga, Johnson fue más lejos con una secuencia sencillamente mágica al final de su película. En aquel inspirador epílogo en el que no había ni caballeros ni princesas celebrando, había poco que festejar, los niños-esclavo del planeta-casino Canto Bight jugaban con sus rudimentarios muñecos a los jedi y la Resistencia.
Cuando su carcelero les obliga a gritos a volver a su trabajo limpiando cuadras, uno de ellos hace, con un sutil y casi imperceptible movimiento, que la escoba llegue hasta su mano y comienza a barrer. ¿Magia? No, la Fuerza. Dos segundos después mira al cielo y una estrella fugaz, o un X-Wing de las fuerzas rebeldes, deja una estela en el cielo mientras él empuña su escoba como si de una espada de luz se tratara. El anillo con el símbolo de la Resistencia que le regalaron hace poco refulge en su pequeño dedo
Todos fuimos entonces ese niño. Todos lo hemos sido alguna vez... y ahora Abrams nos ha vuelto a sacar a empujones hasta el otro lado del umbral de la Fuerza, fuera de ese lugar privilegiado que parece solo destinado a los hijos de linajes escogidos. Otra vez. Como ya hizo Lucas con sus dichosos midiclorianos.
ACIERTO: EL MAESTRO WILLIAMS, UN VALOR SEGURO
Las fanfarrias de John Williams son, como el sonido de los sables láser o los pitiditos de R2-D2, una de las grandes e inequívocas señas de identidad de la saga Star Wars. Y, en la que muy posiblemente puede ser una de sus últimas grandes composiciones, el cinco veces ganador del Oscar vuelve a acrecentar su leyenda. Su partitura, que eleva los contados momentos épicos de la película, sí que ha sido una despedida a la altura de la saga de las sagas.
ACIERTO: VÍA LIBRE
Satisfactorio o no, El ascenso de Skywalker es un final. El último capítulo -o eso promete la mandamás de Lucasfilm, Katherine Kennedy- de las aventuras del linaje Skywalker. Y eso, visto lo visto en este Episodio IX puede ser muy bueno para, ahora sí por fin, enterrar lo viejo y entregarse al futuro sin tantos gravámenes -la mayoría, por cierto, autoimpuestos-.
Con una serie en emisión en Disney+, The Mandalorian, y otras dos en marcha -una sobre Obi-Wan Kennobi protagonizada por Ewan McGregor- parece que el futuro más inmediato de la galaxia lejana está en la pequeña pantalla, y que pasaran varios años hasta que Star Wars regrese a los cines.
Esperemos que, para entonces, Disney no le tema tanto a las derivas más rebeldes que pueda tomar su joya espacial y confíe la franquicia en alguien capaz de dialogar con la saga de las sagas con la misma lúcida irreverencia con la que acaba de harcelo un tal Damon Lindelof (te suena, ¿verdad, JJ?) en la mejor serie del año al enfrentarse al cómic de los cómics. Porque si se quiere... hay quien puede.